
Este concepto también se instala, a veces, en las grandes compañías que operan en internet, o peor aún ya que tratan de engañar al usuario con parrafadas farragosas y letra pequeña en sus términos de condiciones que nadie termina, o empieza, por leer. Es el caso de Facebook quien se hace con los derechos de autor de todo lo que cualquier usuario registrado cuelgue de esta red social lo que, a mi juicio, me parece un robo a cara descubierta.
Otro caso ha sido el de Google. El mayor buscador de la Red con la intención de ampliar sus servicios o de culturalizar a la población, inició la digitalización de libros y puso ofrecía online fragmentos de éstos saltándose a la torera el copyright de los opúsculos. Hace cuatro años y para espiar su culpa, el buscador llegó a un acuerdo en Estados Unidos para indemnizar a escritores y editores. Ahora son los españoles los que quieren ser también indemnizados dado que muchos libros procedían de nuestras fronteras.
Urge regular este vacío que existe aún con respecto a las acciones que se llevan a cabo a través de internet en un momento en el que la expansión de la red es imparable tras cuarenta años de vida.
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